sábado, 26 de febrero de 2011

Gregorio Hernández

No tiene  mucho que ver con el estilo que quiero darle a este cuaderno, ni mucho menos con la plástica de magisterio infantil, pero he estado indagando sobre este autor,  más concretamente sobre su obra cumbre, los cristos yacientes, y quería compartirlo.






Gregorio Hernádez escultor gallego nacido en Pontevedra, “Ynsigne escultor, natural del reyno de Galicia, becino de Valladolid, en donde floreció con grandes crédito de su abelidad”[1] recibió en 1614 un encargo de la mano del Duque de Lerma uno de sus mayores encargos: El cristo Yacente de los capuchinos de El Pardo logrando uno de esos aciertos absolutos de la iconografía cristiana[2],

No es de extrañar que después, con ligeras variantes realizara otras obras casi réplicas para la Encarnación, San Felipe Neri, y éste que nos ocupa, el Cristo yacente que se venera en la iglesia del Convento de la Encarnación Benita, mas conocido como Convento de San Placido en Madrid.[3]



Esta escultura, en su primitivo origen estaba albergada en su propia capilla[4] Pero desgraciadamente en 1908 se llevaron a cabo unas obras de remodelación, ya que el convento amenazaba ruina, y desapareció, al igual que ciertas pinturas de Rizzi y Claudio Coello.



Como todos sus yacentes, es una talla de madera, pues con este material fácilmente moldeable, toda la fuerza expresiva del imaginero se emplea para conseguir el naturalismo de un rostro contraído por el sufrimiento,.Su cabeza con las heridas abiertas que dejaron la corona de espinas, se traslada diagonalmente hacia un lado, y se reclina en el hombro y en el cojín rompiendo fuertemente la simetría; Cristo está ligeramente incorporado desde la espalda, y desnudo salvo por la rígida tela que exige el decoro, en un tono bastante oscuro. La herida del costado que denota que cristo está muerto, cae en modo descendente por todo su torso.



Esta obra, crea una nueva iconografía, Se desentiende de los dejes del renacimiento para centrarse simplemente en al cavidad humana con acentos patéticos , huye de las formas clásicas de invención humana y se emociona con las formas llameantes y las visiones de la muerte la miseria, el heroísmo y la gloria





En el siglo XVII, España sentía una emoción fervorosa ante las exultantes manifestaciones externas de religiosidad, por lo que acompañado el gusto de la época, Gregorio Hernández realizó en su vida varios yacientes con las mismas características esenciales bases:
El de la Iglesia de San Miguel y San Julián ( Valladolid), obra póstuma fechada en torno a 1634,una de sus obramas más detallistas, está tallada íntegramente (incluidos los genitales, que se tapan con un paño de pureza). Desde un ángulo determinado es posible ver, a través de la boca entreabierta, el velo del paladar.

El cristo yaciente de San Pablo de Valladolid, de formas más exuberantes paños de suaves quebraduras y teca sobre el costado, como el de las descalzas Reales, atribuido a Gaspar Becerra, pero ya tan dramáticamente expresivo que preludia el del Prado, aunque todavía a gran distancia”[5]



El conservado en el Museo Nacional de Escultura (Valladolid), de 1627. Fue un encargo para la Casa Profeta de la Companía de Jesús en Madrid, pasando a ser propiedad del Estado con la expulsión de los jesuitas en 1767. Destaca por una policromía clara y un gran refinamiento en la sábana y el almohadón que lo sostienen, tallados también en madera policromada. El almohadón cuenta con una policromía que imita a la perfección los bordados.

El que el Duque de Lerma encargó para la Iglesia de San Pablo (Valladolid), que data de 1615. Se dispone en la capilla del ábside derecho, dentro de una urna dorada que se apoya sobre un pedestal. La figura de Cristo es de grandes proporciones, de talla esbelta y noble. La cabeza se apoya en dos almohadones tallados y policromados en dorado.

Y de las últimas obras de este escultor, fechada entre el 31 y el 36, es el Yacente del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana (Valladolid) una firua muy sobria y patética que desprende un hondo patetismo, y otro yaciente más, en el Convento de Santa Isabel de Hungría que es de tamaño inferior al natural.





Centrándonos de nuevo en el cristo del convento de las plácidas, se separa de la escena del entierro, la emoción plástica alcanza un sentido patetismo

Jamás se hizo una escultura que de modo tan directo se dirija a promover y evocar el sentimiento, es de una sinceridad absoluta en su patetismo, de ahí su gran fuerza.[6]



El característico estilo de Gregorio deriva remotamente de Juan de Juni[7], personaliza el sentimiento de religiosidad exaltada de su tiempo, y por ellos es tan popular y a un tiempo tan personal.

Citando textualmente a J. Gallego: “Temperamente realista es lástima que la estridencia de la policromía desluzca en ocasiones las excelencias de su gubia.”


[1] Texto extraído de la  inscripción de Diego Valentín Díaz
[2] Según Otero Túñez
[3] ALBERTO COLORADO. La Iglesia del convento de la Encarnación Bendita, más conocido como convento de San Plácido. Imprenta Cruces. 2006
[4] según Madoz, la capilla estaba adornada con “con esa excelente imagen”
[5] E. VALDIVIESO, R. OTERO, J. URREA. Historia del Arte Hispánico, IV. El Barroco y el Rococó. Editorial Alambra. 1980
[6]  J. GALLEGO. Historia del Arte tomo 7. Salvat editores. 1972